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martes, 30 de diciembre de 2008

Iztaccihuatl


El domingo 21 de diciembre nos dirigimos hacia Amecameca para ascender al tercer volcán más alto de México, el Iztaccihuatl, conocido popularmente como La mujer dormida. Iniciamos el ascenso ya tarde, a las 9:30 am. Luego de un pequeño recorrido por el pueblo tomamos el camino de terracería que conduce hacia la montaña. No habíamos avanzado ni un kilómetro cuando me dió el famoso mal de montaña: náuseas, mareo, sensación de asfixia y agotamiento, entonces hice un alto de 5 min. me hidraté y le llegué a media barra de chocolate, ¡funcionó!, pude seguir pedaleando montaña arriba. El camino sumanente arenoso y sinuoso, pura subida sin tregua hasta que alcanzamos los 3, 200 msnm; ahí descansamos y tomamos nuestros alimentos en un paraje llamado "Los centinelas", venía lo más difícil del ascenso. Cuatro de nuestros acompañantes decidieron en este punto abandonar y volver camino abajo. Los once restantes continuamos por bellos e imponentes paisajes que las fotos no alcanzan a atrapar. Al fin llegamos al punto más alto que nos habíamos propuesto: 3, 900 msnm.


Comenzó el descenso con unos "pequeños columpios que se convirtieron de pronto en una franca bajada adrenalizante. Había mucha piedra suelta, lajas, raíces y mucho polvo. En esa primera bajada "el hippy" fue el primero en sufrir una caída sin mayores consecuencias. Hicimos un pequeño down hillito (que yo de plano me aventé a pie cargando bicicleta), mientras que la mayoría no dijo ni "agua va"

Visitamos..., perdón, bicitamos un arroyo congelado -tal es el frío que hace allá arriba- y seguimos el serpenteante camino de un acueducto que nos obligó inmisericorde a bajar de las bicis para andar sobre su borde ante el precipicio que a nuestra izquierda nos miraba desdeñoso en nuestra pequeñez. Los que venían atrás se perdieron, por lo que tuvimos que parar para reagruparnos mientras que por los radios lográbamos establecer contacto con ellos para guiarlos por el camino correcto. Por desgracia perdimos cerca de una hora más en eso. Yo que empezaba a congelarme mientras esperaba a Xavoc a que llegara con el grupo extraviado que había ido a atajar, fuí rescatado de la hipotermia por un grupo de jóvenes que cerca de ahí acampaban con una fogata que agradecí con el alma y un buen cafecito caliente que agradecí aún más. El sol comenzaba a despedirse de nosotros pintando de lila el cielo y junto a ese hermoso cuadro amenazaba ya la angustia de tener que continuar en la noche el descenso ¡¡¡sin luces!!!, pues el plan original contemplaba regresar a las 18:00 hrs a más tardar; moraleja: ¡llevar SIEMPRE tus luces aunque no pienses usarlas!.

Efectivamente el grupo perdido apareció cuando ya sólo teníamos unos 10 minutos más de tenue lúz, así que cayó la noche en medio de la montaña, aún estábamos a 3,200 msnm y faltaban cerca de 20 kms por descender; así que intercalamos a los pocos que traían luces y nos aventuramos en un verdadero acto de fé y fraternidad donde confiamos al 100% en el compañero que iba adelante y él a su vez en el que iba delante de él, una verdadera peregrinación de lucecitas (la mayoría sí llevábamos luces traseras). Esa parte del descenso ocasionó la mayoría de las caídas y resbalones: al fin llegamos al caserío que nos anunciaba la ya hiperdeseada vereda de terracería, ya no digamos asfaltada. Finalmente tomamos un tramo de carretera que ya hasta nos supo "fresa" hasta que arribamos a Tlalmanalco donde nos esperaban nuestros otros compañeros con los autos. Nos zampamos unos deliciosos tacos de suadero, pozole, gringas y otras garnachas que nos permitieron seguir de pie.

Toda una aventura extrema: demandantes subidas muy técnicas; cambio de presión por la altura a la que andábamos, sol fuerte, bajadas peligrosas pero divertidas, precipicios, cruce de arroyos y rios, frío congelante, oscuridad total y sorpresas en el descenso como troncos atravesados y raíces asesinas cruzando el senderito por el que bajábamos sin lúz y a toda velocidad.

¡¡¡Sobrevivimos todos!!!

Eduardo García Silva.





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