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martes, 15 de diciembre de 2009

Bicitando la fiesta de La Conchita en Coyoacán

Road to the party in La Conchita, Coyoacán from Eduardo García Silva on Vimeo.


Después de una pausa debida a mucho MUCHO trabajo, el domingo 13 de diciembre tomé a La Maja por la tarde-noche y me dispuse rodar hacia Coyoacán para tomar un cafecito. Primero me encontré con unos vatos que rodaban con singular alegría halando a sus chavas que venían en patines. Venían desde Villa de Cortés y se divertían como enanos. Después, al pasar por la famosísima cantina de La Coyoacana me topé con tres simpáticos borrachines, uno de los cuales venía en bici; bueno, mejor dicho estaba con su bici -dudo que en esas condiciones pudiera pedalear, sólo empedalearse-, crucé algunas palabras con ellos, pero cuando el borrachín de la bici después de repetir insistentemente "esta es una de las primeras inglesas que entraron al paííííís" refiriéndose a la alcurnia de su patas de hule, se puso a emular su imaginario escape emitiendo escatológicos sonidos desde sus entrañas; en ese momento decidí continuar con mi camino; a pesar de todo fue muy chistoso, podría decir que escatocómico.

Al llegar a la plaza de La Conchita me recibió la muy agradable sorpresa de una fiesta que estaba apenas por comenzar. Justo frente a la iglesia conocí a Jesús y no por haberme puesto religioso pues se trata del señor Jesús Ramírez quien a su edad lleva ya 6 años moviéndose en bici. Vi también unos toritos listos para ser quemados, puestos de tradicionales antojitos mexicanos, juegos mecánicos y un ambiente muy agradable que anunciaba una velada divertida.

Conocí a Gina que se acercó a preguntarme por algunos de los aditamentos de La Maja, pues ella misma anda en bici y está luchando por poderle montar a su bici una parrilla sin quitarle el bloqueador. Una plática muy agradable; Gina vive justo detrás de la iglesia de La Conchita y al final ella y su novio Arturo me invitaron a una posada a la que no pienso faltar; muchas gracias Gina, ahí nos veremos.

Luego comenzaron a bailar dos monigotes que estaban ya preparados para hacer de toritos al final, pues de sus cinturas pendían cohetes que serían la diversión para unos y el terror para otros cuando fueran encendidos.

A lo lejos una pareja bailaba danzón al lado de la pareja de monigotes y delante de mi dos mujeres fueron poseídas también por el ritmo del danzón que en ese momento ejecutaba la banda que amenizó todo el tiempo. Mientras una "guerra de trompetas" ejecutaba su duelo, Bárbara y Camila se contorneaban suave y rítmicamente al compás de las notas. Resulta que ambas son bailarinas y desde Buenos Aires vistan la hermosa capital mexicana. Tuvimos una breve y agradable platica en la que me enteré que Bárbara también se mueve en bici aquí en la ciudad. ¡Saludos!

De pronto la gente desesperada por ver arder un castillo que sería la atracción principal y que descansaba justo frente a la iglesia comenzó una rechifla en demanda del inicio de la pachanga. A la voz de "¡fiesta, fiesta, fiesta! ejercían una presión que funcionó, pues casi de inmediato comenzó la quema del castillo y de los toritos. El cielo nocturno se coloreó de inmediato de tonalidades rojas, verdes, azules y amarillas; el estruendo del tronar de los cohetes y su aullante zumbido dibujaba una figura cada vez: un tucán, espirales, un búho y al final a la misma Virgen matrona de la iglesia; momento en el que tiñeron las campanas y la gente entonó urras, porras y cantó las mañanitas; todo un espectáculo que bien podría ser la narración de una pintura de la tradicional fiesta de pueblo en México.

En suma, rodé muy a gusto, conocí agradables personas, vi a muchas que se mueven también en bici sin importar género o edad, disfruté de la fiesta que fue toda una sorpresa para mi al llegar a la plaza y ¡no tomé mi cafecito!... pero ni falta hizo.

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