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martes, 3 de julio de 2012

Vagares imaginarios

Corría en los viveros de Coyoacán y de pronto apareció un hombre andando y empujando su bici, pues está prohibido andar en bici ahí, sólo lo hacen los guardias, me apresuro a sacar mi cámara para hacer una foto. Caminaba pausadamente entre absorto y dubitativo, iba con la calma con la que se va a ningún lado y su mirada atravesaba la tierra como quien puede mirar a través de ella, no había mucha gente; una señora apenas es visible a la derecha, sus piernas se asoman tímidamente no sin camuflarse con el tronco de un árbol; el caminante-ciclista pasará frente a ella en un instante. Carga sus cosas en alforjas que penden de la parrilla de la llanta trasera, así que no pasea sino que se transporta, pero en lugar de avanzar con la rapidéz que su bici le ofrecería sobre la calle prefiere internarse y atravesar los viveros y sólo él sabe si es para disfrutar del aire de ahí, de los árboles y del paisaje que según el ángulo que uno tome ofrece la vista de cualquier bosque, ¡tanto! que uno llega a tener la impresión de estar lejos de la ciudad, o si lo hace para guarecerse del exterior de una ciudad rugiente y agresiva o de tiempos amenazantes y de desilusión. Es entonces, cuando llego a este punto de mis vagares imaginarios sobre los motivos de otro, que siento tristeza, pero no sé si por ese hombre solitario, o por la bici que va un poco sin vida por no ser montada sino empujada como auto descompuesto, o por la mujer que se teje entre los árboles en espera de nada, porque nadie llega y nada pasa mientras yo estoy ahí, o si siento tristeza por mi que me descubro un poco en ese hombre solitario, en esa bici, en esa mujer y hasta en el camino que no hace otra cosa más que estar ahí. Me llego a sentir como defraudado, y ahí se me aclara todo: la desolación flota en el aire y se matiza en los rostros de la gente aunque no de todos y se puede oler a cada respiro en esta ciudad y en este país: "FRAUDE". 


Ahora viene el coraje...

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